Érase una vez...

Walfremio era un niño que vivía con sus abuelos en una humilde casa rumbo al Volcán Irazú. El apenas estaba comenzando sus pasos en los estudios en primaria, se encontraba entonces cursando el segundo grado cuando todo empezó gracias a una tarea. Asistía a una escuela pequeña, donde todo y todos le eran ya familiares, siendo todos parte del pueblo, o de otros barrios en las cercanías del Volcán. El pueblo era una reducida comunidad con unas 30 o 35 casas, cada persona del barrio tenía un rol importante (o al menos identificable) dentro de la cotidianeidad de La Milpa. ¡ay que linda era La Milpa, aquel lugar que vió a Walfremio crecer y hacerse todo un hombrecito! era ahí donde compartían actividades religiosas, comerciales, de "politiquerías" como lo llamaban sus abuelos, y sobre todo ganaderas.
A el le tocaba todas las mañanas levantarse temprano, porque no podía irse a la escuela sin antes ayudar a su abuelo a ordeñar la vaquilla que tenían, pues era la única forma de poder obtener a cambio la comida de la semana y algún otro lujo que nacía de los antojos de él mismo. Aquella vaquilla tan vieja, era lo único que le habían dejado sus padres a Walfremio, antes de morir en el trágico accidente que alguna vez ocupó las portadas de La Nación, La Teja y hasta La Extra. Esa mañana, Walfremio luego de ordeñar la vaca y de comerse una tortilla de queso que le hizo su abuela, se dirigía a la escuela -a donde todos los días quería ir animoso y entusiasmado, a compartir aventuras en aquellos potreros que la rodeaban, donde se jugaban las mejores mejengas que nadie pudo nunca imaginar, y donde tanto aprendía cada día-. Su abuelo siempre le había dicho a Walfremio que aprovechara, que el nunca pudo estudiar, y que eso de ir a al escuela era un privilegio y una bendición de Dios.
Luego de las dos lecciones de Ciencias, y la lección de Cívica, Walfremio saludó a su maestro de Español quien ocuparía el aula por las siguientes lecciones. El niño amaba estas dos horas ya que siempre había tenido una divina fascinación por la lectura (una fascinación que poco practicaba, sólo cuando algún profesor le prestaba sus libros y el los llevaba a casa hasta devorarlos de inicio a fin, contándole a sus abuelos un resumen atarantado y lleno de emoción del cual entendían si acaso la mitad).
El maestro de Español, que se llamaba Gustavo, era nuevo en la escuela. Impartió la clase normal, hasta que, en medio de la misma, detuvo el dictado y dijo: Chiquillo, ¿que les parece si hoy hacemos algo diferente?. El grupo de lo 16 niños no pudo contener la curiosidad. El maestro, después de pensar unos minutos en silencio, sacó una tiza de la bolsa izquierda del pantalón y escribió en la pizarra la frase que Walfremio nunca olvidaría:
HOY YO________ COMENZARÉ A SER DIFERENTE, A PARTIR DE HOY HARÉ TODO POR DARLE UNA VIDA MAS FELIZ A MIS PAPÁS.
Muchos se rieron, otros expresaron que habían pensado que era algo mas "chiva", otros se quedaron callados al no entender lo que quería decir, pero Walfremio, en medio de todo el escándolo de los chiquillos, pensó en sus padres y en la falta que le hacían. Supongo que Gustavo desconocía la historia de Walfremio, ya que aquella frase podría haberse tomado como una imprudencia. El niño, de tan solo 9 años de edad, entendió que debería entonces aplicar aquella frase a sus abuelos, quienes ocupaban un lugar en su vida que en algún momento hace muchos años ocuparon sus padres.
El maestro explicó que ellos deberían de hacer una tarea con esa frase, donde se les indicaba que tenían que dar opciones para hacer aquella afirmación en tiza posible. Hacer felices a sus padres era todo lo que Walfremio había añorado los últimos años, pero ya no estaban allí. La tarea era libre, podrían hacer un dibujo, un poema quizás, podrían hacerle cartas a sus papás, o hacer un collage con recortes de periódico, a lo mejor un cartel, o una canción... Pero ante la gran imaginación de los niños, todos estos ejemplos resultaban aburridos y trillados.
Esta asignación le quitó por completo la concentración a Walfremio por el resto del día, tanto que ni puso atención a sus clases de Inglés, las cuales siempre capturaban su atención por el amor que sentía Walfremio hacia la Niña Paola. Camino a casa, Walfremio pateaba piedras y pensaba como haría aquella tarea que a pesar de parecer tan fácil, el quería de verdad cumplir. Pensaba cómo hacer felices a sus abuelos, esos abuelos que lo habían dado todo por el y que lo recibieron sin pensarlo dos veces cuando quedó sin sus papás, ellos tantas veces se habían quitado un bocado de la boca para dárselo a el. ¿Qué mas podía pedir? Con ellos siempre había tenía todo y hasta más de lo que necesitaba.
Aquella tarea se convirtió en un reto para Walfremio, el cual pensaba en de qué manera podría hacer felices a un par de viejos, que como había leído una vez en un libro de Ciencias "...los adultos mayores tienden a ser vulnerables, y a padecer de enfermedades por la edad" en las palabras que recordaba. Siempre había destacado en su clase no sólo por su energía, si no por esa inteligencia y madurez que dejaba boquiabierto a veces a más de un profesor. Walfremio sabía que un día sus viejos le iban a faltan, y que por ésto quería hacer de sus días los mejores y más felices.
Intentó en la tarde escribir una serie de cosas que podrían hacer felices a sus abuelos:
-Ordeñar la vaca siempre para que abuelo se levante mas tarde.
-Ir a la pulpe para que abuela no se canse caminando.
-Empezar a trabajar fuera para traerles más dinero.
-Ayudar a abuela a cocinar todos los días.
Estas ideas no lo dejaron satisfecho, el quería ir más allá. Su corazón tenía tanto amor hacia ellos, que de verdad ansiaba hacer algo sorprendente, que fuera mucho más de lo que el maestro Gustavo pidió o esperaba. El, decidido, quería hacer algo que nadie se esperara de un niño. En ese momento, una idea vino a su mente. ¿Por qué si el iba a la escuela y tenía amigos, sus abuelos no podían también ir a una clase de escuela donde aprendieran y tuvieran amigos? Supo entonces que esa sería la respuesta a su tarea. Walfremio visitó al día siguiente al cura de la Iglesia, y le contó sobre su idea. El quería hacer un grupo con todos los abuelitos del pueblo, donde ellos pudieron compartir, dibujar, mejenguear -aunque el cura consideró que mejenguear no era buena idea para los abuelitos- y hacer toda clase de cosas educativas y divertidas, ya que muchos viejitos, cómo sus propios abuelos, habían casi olvidado con el paso de los años lo que era divertirse, jugar, aprender y estudiar (muchos nunca habían estudiado siquiera).
El cura le dijo a Walfremio que el podía ayudarlo a organizar una actividad para el grupo, y a hacer una convocatoria para que vinieran la mayoría. Walfremio estaba muy feliz, ¡Ya tenía su tarea!, ¡Y era más que una simple tarea!, esto lo ponía muy feliz. El cura anunció aquel evento en la misa del sábado y se acercó a varios adultos mayores al final de la misa para insistirles de asistir. Walfremio preparó todo para exponer a sus compañeros, y obviamente al profe Gustavo, aquella idea tan emocionante que tenía, y que secretamente había estado planeando con el Cura Felipe. Al llegar la clase de Español, todos sacaron móviles, carteles, dibujos, incluso hasta comida cocinada por ellos mismos. Todos observaron que Walfremio no llevaba nada, y lo molestaron por no hacer la tarea. Cuando fue el turno de Walfremio de exponer su tarea, se paró al frente y empezó a contarles su genial idea para hacer más felices a su par de abuelos. Todos aplaudieron al final y se sorprendieron de ver como Walfremio tenía todo fríamente calculado.
Llegó entonces el día en que por fin sería la actividad con los viejitos de La Milpa. El cura deseaba que llegaran todos, pues temía ver a Walfremiado decepcionado ante un posible fracaso de su idea. Uno a uno fueron llegando los abuelos, hasta que hubo un grupo de 9 (contando a sus dos abuelos), con el cual Walfremio decidió empezar. Él se presentó, y procedió a sacar una serie de hojas, juguetes, lápices de color, y hasta un balón pequeño -pues no desistiría de la idea de las mejengas-. Los abuelos se mostraron resistentes al principio, pero al final, todo resultó en una maravillosa tarde de juegos, de dibujos, de tertulias, y por ultimo, un delicioso cafecito con bizcochos que había comprado el cura con su propio dinero. El maestro Gustavo llegó casi al final de la actividad y participó con los demás, lo cual motivó mucho a Walfremio.
Todo había sido un éxito, y las sonrisas de aquellos abuelos fue simplemente algo que marcó a Walfremio. Sí había logrado hacerlos felices por tres horas, a sus abuelos, y a los papás de muchas otras personas. El cura se sintió también muy feliz de ver el éxito de la reunión, por lo que decidió llevar a cabo reuniones de ahora en adelante, y con Walfremio al mando y de mente creativa, todos los sábados en las tardes. Poco después el grupo de adultos mayores se puso un nombre, al mes ya no eran 9, eran 15, y así fue creciendo poco a poco con adultos mayores de los alrededores, que llegaban a como diera lugar; pero no había sábado que los abuelos de La Milpa se perdieran de los juegos tan locos y divertidos que se le ocurrían a Walfremio, no podían perderse de aquellos dibujos tan hermosos, esos, que los hacían sentir corriendo en los potreros como hace 70 años...

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

¿Qué criterios de desempeño puede identificar en Walfremio que son los esperados en un Promotor de la Salud?
¿Qué técnicas didácticas podrían usarse más a profundidad en intervenciones como la que Walfremio empezó a hacer?
¿Cómo podría redactar usted el objetivo de Walfremio para con el proyecto que llevó a cabo?
¿Cuál podría ser una competencia de estos esfuerzo que nació de Walfremio gracias a la tarea de Español?
¿Qué valores se pueden ver explícita o implícitamente mencionados en el cuento?
¿De qué manera está la ética -o en su defecto la falta de ética- presente en el personaje principal?
¿Qué habríamos hecho nosotros como Promotores de la Salud siendo un agente al cual recurre una comunidad con una necesidad?